El arte de tomar decisiones
Autoconfianza y control
A mayor desconfianza, mayor control y a mayor confianza menor control. Esto bien podría ser un axioma clave a tener siempre presente, y que fundamenta lo complicado que es con frecuencia la toma de decisiones y que hablemos del arte de decidir.
Seguramente todos hemos experimentado directamente o indirectamente lo anterior.
Cuando jugabas en el patio del colegio al futbol, a policías y ladrones, a la comba,…¿qué pasaba si no te fiabas mucho de un compañero/a?. ¿A quién preferías pasarle la pelota o tener en tu equipo?, ¿qué pasaba cando tocaba saltar y no te fiabas de quien volteaba la cuerda). Muy seguramente de un modo u otro, buscabas controlar la situación.
De la misma manera, cuando estamos en situaciones nuevas, estamos más expectantes, buscamos referencias, información que nos dé rápidamente pistas de qué hacer, cómo hacerlo, cuándo hacerlo,…, preguntas a las que ya tenemos respuesta cuando estamos en un entorno que conocemos y seguro. ¿Zona de confort?.
Realmente es lógico, tenemos un órgano muy potente que debe velar por nuestra seguridad, nuestra supervivencia. El cerebro, nuestra mente.
Si no confías en tu hija, ¿que haces?, se intensifica en control. Si es en tu pareja en quien no confías, ¿qué haces?, nuevamente control. ¿Y si es en un amigo, en quien no confías?, control. Si es en un empleado, control,…y así con todo. Al fin y al cabo algo “malo”, algo “indeseable”, se entiende que puede pasar, y hay que “vigilar” que no ocurra, toca “controlarlo”.
Pero, ¿y si en quien no confío es en mi mismo?. ¿Qué ocurre?. Exactamente lo mismo, se impone de nuevo el control, la búsqueda, muchas veces obsesiva, de seguridad, de certeza absoluta, en definitiva: CONTROL.
¿Controlar las amenazas?
Existe una relación inversamente proporcional, casi matemática, entre la poca confianza en uno mismo o inseguridad personal (baja autoestima, pobre autoconcepto,…, y otros muchos matices o modos de conceptualizarlo) y la búsqueda de seguridad.
Lo anterior puede tomar múltiples formas, según dónde se localice el foco de temor.
Si se ha instalado un intenso temor al rechazo, controlaremos todas aquellas situaciones de interacciones con los demás, donde nuestra computadora (nuestro cerebro) entienda que estamos en riesgo y es posible que no se nos acepte, apruebe o reconozca.
Evidentemente, la escasa confianza en uno mismo es el foco fundamental de ese temor y por lo tanto del control: ¿porqué habían de rechazarme?, ¿hay algo en mí que me hace rechazable?,…
Lo mismo cabe decir si lo que hay es un gran temor al “fracaso”, a “fallar”. Que todas las personas preferimos conseguir lo que nos proponemos, es una realidad difícil de cuestionar, pero cuestión distinta es el nivel de angustia que nos suponga afrontarlo. Cuando más allá de actuar, hacer, está tener que demostrar nuestra “valía”, detrás está de nuevo la falta de confianza en uno mismo y la necesidad de control se intensifica.
Lo mismo podemos decir si el temor se centra en la posibilidad enfermar, o de que nos ocurra algo malo. Claro que todos procuramos que eso no ocurra, y podemos mostrar preocupación ante unas prueba médicas, síntomas extraños,…, pero si nos percibimos como más vulnerables, más débiles, o con menor capacidad para hacer frente a lo que ocurra, ese temor llegará a bloquearnos y condicionarnos y nuevamente, el control hará acto de presencia. En ese momento, el cerebro tratará de eliminar toda incertidumbre y comenzará la búsqueda de información, las visitas recurrentes a médicos, la autoobservación continua de nuestro cuerpo, de nuestro síntomas.
En relación a lo anterior, es importante destacar que el contexto actual refuerza constantemente esa “búsqueda” de seguridad. Parece que tenemos la “obligación” de asegurar que se está bien, que nada pasará, que se conseguirá lo que se plantee, lo cual, en su justa medida sin duda es positivo, pero puede favorecer mucho el alimentar un continuo estado de alerta ante lo que “podría pasar”, lo cual puede condicionar seriamente nuestra toma de decisiones.
Queremos dejar una pregunta como cierre de este punto, que permita una reflexión importante. ¿Qué controlamos realmente?, ¿Es básicamente el control un sensación?.
Para poder abordar estás preguntas, es necesario destacar una aspecto. El control absoluto evidente no existe, podemos tener control relativo, es decir, disminuir la probabilidad de que algo pueda ocurrir. Es lo máximo que puede hacer un ser humano.
Y ahí es donde entra en escena la gestión de la incertidumbre.
¿Certidumbre o inmovilización?
Del mismo modo que hemos establecido una relación indirecta entre confianza en uno mismo y control, de manera que a menor confianza mayor control, igualmente podemos establecerla entre confianza en uno mismo y tolerancia a la incertidumbre.
En este caso a menor confianza en uno mismo, menos tolerancia a la incertidumbre y por lo tanto menor capacidad para gestionarla, lo cual a su vez, descarna un círculo pernicioso de manera que este “miedo” a lo incierto nos llena a vernos más vulnerables y merma nuestra confianza en nosotros.
Querer eliminar la incertidumbre, es como querer descubrir la verdad absoluta y la verdad no existe de manera definitiva y absoluta. Sin embargo la verdad si existe de manera provisional y relativa (seguro que la teoría de la relatividad del ser Albert Einstein no sería definitiva). En este sentido es necesario para poder avanzar y actuar, aprender a llevarnos bien con el hecho de que parece que no podemos aspirar a eliminar la duda, a tener la certeza absoluta, si no simplemente a movernos en base a lo creemos a partir de lo que percibimos y analizamos.
¿Puede que se nos escape algo?. Claro, por supuesto que si. Detengámonos a tratar de analizar la situación desde todos los ángulos posibles, pero llegado el momento de actuar, tendremos que contar con que jamás será 100% seguro.
Ahí es donde entra claramente en acción la confianza en uno mismo. A mayor confianza en mi, mayor confianza en mis criterios, en mis razones y sobre todo, en mi capacidad para afrontar lo que ocurra.
Dicho de otro modo, si perseguimos ideales (la solución ideal, la realidad ideal, la pareja ideal,…), eso nos aleja de una realidad “real”, que bien podemos resumir en el hecho de que somos seres imperfectos, que como tales tomaremos decisiones imperfectas, actuaremos de manera imperfecta, y un largo etcétera, pero lo imperfecto no es malo, es real, es la vida misma.
Nada mejor para cerrar este punto, que traer a colación el viejo proverbio: lo perfecto es enemigo de lo bueno.
Así que mejor tomar una “buena” decisión, que paralizarse por no dar con la decisión perfecta (parálisis por análisis), mejor trabajar por una buena relación, que vivir la frustración de no saber si es la relación ideal, perfecta.
OPTAR POR UNA OPCIÓN: DECIDIR
¿Qué es tomar una decisión si no elegir una de las opciones que tenemos?. Es decir, pasar del análisis a la acción.
Basta con remitirse a la RAE para encontrar que entre sus definiciones de problema aparecen en primer lugar estas dos: 1 – Cuestión que se trata de aclarar, y 2- Proposición o dificultad de solución dudosa. De manera resumida y más coloquial, bien podemos definir problema, como todo aspecto a resolver donde la solución es evidente o única.
Si ante aun situación solo tenemos una opción, está claro que no parecerá la duda, y que con confianza o sin ella, no hay opción. Esto puede ir desde comprar un bolígrafo hasta optar por un trabajo. Si solo hay un modelo de bolígrafo y solo de un color, no hay duda posible (bueno, comprarlo o no), y si solo tenemos una opción laboral, estaremos en la misma tesitura.
Sin embargo, normalmente existen varias opciones y tenemos diferentes caminos que tomar, y ahí es donde aparece nuestra “libre” elección. No vamos a adentrarnos aquí en lo que Eric Fromm destacó en su libro Miedo a la libertad, un aspecto apasionante sin duda, pero que excede lo que nos ocupa. Pero si merece la pena mencionarlo, la libertad nos gusta, pero asumirla también asusta. Tomar decisiones es una de la acciones más complicadas para el ser humano.
Dicho lo anterior. Si hay opciones, hay duda. Como seres inteligentes que somos tenemos dudas, y si desconfiamos de nosotros y de nuestra capacidad de afrontar la situación, esas dudas pueden bloquearnos, por lo tanto, ¿Qué hacer?.
Es importante identificar que se trata de elegir una opción, NUESTRA OPCIÓN. No es cuestión de encontrar LA DECISIÓN, sino MI DECISIÓN, una de la varias posibles.
La acción moviliza el cambio, por eso una vía para ir trabajando la confianza en uno mismo, se encuentra precisamente en elegir, adoptar una decisión y observar que puedo gestionarlo, sea el resultado el que sea.
Por último, y como ya remarcamos en otro blog, la duda es inevitable, luego toda decisión implica confiar en que aquello por lo que optamos, es una buena decisión. que posteriormente se cumplan o no la expectativas es otra cuestión, pero sea como sea, será afrontable.
El acto de decidir, es un motor importante para ganar confianza. No esperes a estar seguro para actuar, actúa y ganarás seguridad.
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