Hipocondría

HIPONCONDRÍA: ¿MIEDO O SALUD?

La hipocondría. He aquí una de las mayores paradojas con las que nos podemos encontrar. Como cuánto más segur@s queremos  estar de que estamos bien, más insegur@s nos encontramos.

Ya en 1673, Moliére escribió “le Malade Imaginaire”, (“El enfermo Imaginario”), donde nos relata de manera divertida y lúcida las andanzas de Argan, un hombre convencido de tener alguna enfermedad.

Una de las zonas abdominales situadas debajo de las “falsas costillas” se llama hipocondrio. En el hipocondrio derecho se aloja el bazo, entre otros órganos y en el izquierdo, tenemos el hígado. 

Mucho antes Moliére, antiguamente se creía que en la región del hipocondrio se alojaba la melancolía, quizás por esa razón en el siglo XVII, el término hipocondrio se empleó para referirse a “depresión” y “espíritus inferiores”, que derivó al sentido de “quien cree estar siempre enfermo”, que es el significado que desde el XIX se le da al término hipocondria. Por aquella época ya se hablaba de la hipocondría de manera parecida a como se trata actualmente. Así, Thomas Sydenham, un clínico inglés, planteaba que la hipocondría era  igual  a la histeria, y que la mitad de los enfermos que veía y que no eran “febriles”, padecían de hipocondría.

Así pues, la noción actual de hipocondría  como “precoz opción excesiva por la salud”, tiene una larga trayectoria de más de dos mil años, que se remonta a los albores la medicina antigua. Sin embargo, se trata más de la historia de un término que de la de un trastorno o síndrome, parafraseando a Kellner

La hiponcondria y la salud. 

A finales del siglo XVIII, el desarrollo moderno supuso un cambio radical que llevó a enfocarse menos en “la vida eterna” y más en la vida terrenal. Esa alternativa más “interesante” por vivir sobre la tierra, unida a un desarrollo científico sin precedentes, llevó a una visión optimista en el progreso que llevará a erradicar la enfermedad y cada vez se invierte más a favor de la salud.

Desde entonces la preocupación por la salud ha ido creciendo por días, hasta convertirse en la principal preocupación y fuente de bienestar actualmente.

Si a lo anterior le añadimos la gran cantidad de información relativa a la salud y la enfermedad a la que se tiene acceso, no es de extrañar, que el miedo a la enfermedad o la NO salud, sea igualmente creciente.

Como siempre, conviene no perder de vista el contexto en el que nos encontramos, para entender mejor lo que ocurre, y en lo que nos ocupa aquí y ahora, a entender la hipondría.

¿Qué es la Hipocondría?

Para empezar diremos que la hipocondría afecta entorno al 1% de la población. Dicho de otro modo, 1 de cada 100 personas presenta una preocupación excesiva y que puede llegar a ser invalidante, respecto de su salud.

  1. Tomando como referencia el DSM IV, el aspecto nuclear de la hipocondría es el miedo o la creencia de estar sufriendo una enfermedad grave.
  2. Ese miedo, esos pensamientos en torno a estar sufriendo una enfermedad grave son recurrentes. Vuelven una y otra vez, de manera persistente y por lo menos se mantienen durante un periodo de 6 meses
  1. Los temores se mantienen y persisten aunque todas las exploraciones, pruebas  y reconocimientos físicos y todas las explicaciones médicas, indiquen lo contrario.
  1. Además, esos temores son tan intensos que provocan un intenso malestar y un deterioro importante en distintas parcelas de la vida de la persona. Es decir, no son meras preocupaciones que no afectan a la persona.

No sin mucho debate y revuelo, en el DSM V la hipocondría ha desaparecido como diagnóstico, y en su lugar se habla de ansiedad por enfermedad.

Nosotros aquí seguiremos hablando de hipocondría, que es un término más extendido y compartido por “tod@s” y porque lo importante es realmente entender lo que ocurre, más que quedarnos con el nombre de lo que ocurre.

¿Es el miedo a contagiarse y/o contaminarse un signo de hipocondría?

Esta pregunta tiene una relevancia especial en un momento como el actual, en el que llevamos más de un año inmersos en la pandemia Del COVID 19.

En este contexto y de manera progresiva, el aislamiento, la alteración de las rutinas y el incremento de la percepción de rutina, han supuesto mayores niveles de vulnerabilidad y el miedo al contagio se ha expandido llegando a niveles que para muchas personas han supuesto mayores niveles de ansiedad.

En lo que acabamos de plantear se encierra la principal diferencia respecto de la hipocondría. El miedo al contagio, a contaminarse, no forma parte de la hipocondría. Se trata de una fobia, un temor exagerado a contraer o contagiarse de una enfermedad.

En la hipocondría nos estamos refiriendo al miedo, a al preocupación obsesiva por tener una enfermedad grave, por estarla sufriendo, no por la posibilidad futura de poder contagiarse o padecerla.

Cosa diferente es que el “esquema” hipocondriaco ya existente antes de la pandemia se centre en la sintomatología provocada por el coronavirus SARS-cov2, y se amplifique la percepción de sensaciones corporales, interpretándolo como Síntomas de padecer COVID19.

Como ya hemos visto un poco más arriba, el miedo y las preocupaciones en la hipocondría generan un elevado grado de malestar y pueden interferir y deteriorar diversas parcelas en la vida de la persona. 

Es normal y prácticamente inevitable preocuparse por la posibilidad de contagiarse en este contexto. Si no se desencadenan cambios que limiten el día a día y provoquen un malestar intenso, en ese caso, solo se trata de una preocupación “normal”.

Lo mismo cabe decir ante otras enfermedades graves que circunstancialmente hayan afectado o estén afectando a personas muy cercanas e importantes, y que puntualmente puedan disparar una mayor preocupación por la posibilidad de tener esa misma enfermedad. Al fin y al cabo, es una información muy importante y relevante que ocurre en la vida de una persona y que es inevitable que se procese de un modo u otro.

¿Por qué aparece la Hipocondría?.

En los últimos años, gracias a autores como Barsky (1992) o Salkovskis y Clark (1993), se han formulado propuestas teóricas explicativas de la hipocondría que han permitido entenderla y por lo tanto tratarla con eficacia.

Pero antes de entrar en las particularidades cognitivas de la hipocondría, es necesario parar y hacerse una pregunta:

 ¿Qué es lo que pretende una persona que se encuentra centrada en evaluar cada señal de su cuerpo como un indicador/síntoma de enfermedad?. 

Control, Saber, Seguridad (C-S-S). Pretende estar segur@ de que no hay ninguna enfermedad grave, y ejercer todos lo controles necesarios para ello.

Lo anterior nos explica por qué en la mayoría de los casos, aunque las preocupaciones esenciales se centran en la enfermedad y en las salud, en la persona existe una tendencia a la preocupación en otros ámbitos de la vida.

Vamos a centrarnos en las variables que explican la hipocondría y que permiten dar respuesta a una de sus características críticas: la resistencia y la gran dificultad de admitir que todas las exploraciones, las pruebas, los reconocimientos físicos y  las explicaciones médicas indican que no existe ninguna enfermedad.

I -Factor Amplificador

Aquí, a lo que nos referimos es a la tendencia que tienen las personas que se encuentran con un cuadro/trastorno de hipocondría, a incrementar la sensaciones físicas y a experimentarlas como más: 

  • Intensas, Nocivas, Amenazadoras y Perturbadoras;

de lo que las perciben y experimentan personas que no presentan un cuadro de hipocondría.

Vamos a tomar prestado el concepto de  “estilo amplificador”  (Barsky y colaboradores; 1992), porque refleja bien que se trata de una “rutina” perceptiva, y como tal susceptible de poder modificarse. No se trata de algo estático e inamovible.

Ese estilo amplificador se define por  una serie elementos que están estrechamente relacionados entre ellos, como son:

  • Estar hipervigilante del estado del cuerpo.  Ese testeo continuo lleva a que la atención este muy centrada y focalizada en las sensaciones corporales/físicas.
  • Tender de manera selectiva a centrarse en determinadas sensaciones poco frecuentes o débiles.  Es decir, sensaciones que son “nuevas” captan toda la atención.
  • Inclinación a magnificar la peligrosidad de las sensaciones y por lo tanto considerarlas indicadoras de enfermedad.

Lo anterior es tan intenso, que lleva a no tener en consideración y desechar la información que va en contra de considerar que se tiene una enfermedad. La consigna, es clara, como ya vimos mas arriba, HAY QUE ASEGURARSE AL 100%

Ese nivel de expectación, dispara respuestas de ansiedad que a su vez provoca nuevas sensaciones, que son a su vez interpretadas como pruebas de enfermedad, con lo que el “círculo vicioso” está listo.

II -Factor Generador de supuestos “Catastróficos”.

Aquí la clave está en la tendencia a interpretar erróneamente señales y/o respuesta físicas, fisiológicas no patológicas  como indicadores de síntomas de una enfermedad grave. (Salkovskis y Clark, 1993)

Así, a partir de posibles experiencias propias relacionadas con la enfermedad, o bien por enfermedades sufridas por algún familiar o persona cercana o por alguna experiencia relacionada con errores médicos, se crean supuestos, hipótesis sobre los síntomas, las salud y la enfermedad, del tipo:

“todo cambio o alteración corporal (p.e.: sensación de hormigueo, pinchazos, molestias musculares, lunar, picor de piel,….) es síntoma de enfermedad, porque toda señal significa que hay una causa física”

Cuando estos supuestos, creencias, se actividad por alguna información exterior (la enfermedad o fallecimiento de alguien conocido) o interior (percibir una sensación física, que además el factor ampliador ya se encarga de incrementar), de manera “automática” se generan Imágenes Desagradables y/o Pensamientos Negativos que suponen una interpretación catastrófica de esas señales, como síntomas indudables de padece una enfermedad grave.

“Estas molestias digestivas y estos pinchazos que siento son porque seguro que tengo un cáncer”

Una vez activado el esquema, el sistema de alerta se dispara y no hay señal corporal que pase desapercibida y la ansiedad y el malestar se van adueñando de la situación.

¿Y Cómo se mantiene viva la Hipocondría?.

En pleno siglo XXI, con los avances médicos y diagnósticos y el acceso a todo tipo de información, ¿cómo es posible que no se disipen esos temores “infundados”?

Cuando decimos infundados no decimos que los “síntomas” se inventen. No, los síntomas, las sensaciones físicas existen. Lo que es infundado es la conclusión de que son indicadores de una Enfermedad, si más fundamento que la propia creencia de que lo son, a pesar incluso de las pruebas médicas que indiquen todo lo contrario.

Paradójicamente (te animamos a que leas este otro blog sobre las paradojas que nos rodean), ese acceso a la información, a cada ves más y mejores pruebas diagnósticas, entra a formar parte del círculo vicioso que hace que se refuerce y se mantenga la “hipocondría”.

Vamos a ver como ocurre:

Normalmente se produce un estímulo desencadenante, que puede ser  desde una noticia sobre un enfermedad, a  una información leída o vista.

Esa información se interpreta como una posible amenaza. Algo malo puede ocurrir en relación a esa enfermedad. El esquema de control acaba de dispararse.

Se desencadenan ante esa reacción, las repuestas de ansiedad ante el peligro, como son:

  • una mayor tensión muscular (con mayor probabilidad de molestias musculares)
  • incremento de la tasa cardiaca (palpitaciones)
  • alteraciones digestivas, 
  • etc,

Estas respuesta, a su vez, intensifican las sensaciones corporales que pueden ser indicadoras de enfermedad.

El mecanismo de vigilancia, hace que los recursos atenciones se centren en el cuerpo y esas sensaciones, actuando como un factor aplicador, que lleva a detectar sensaciones que de otro modo, podría pasar desapercibidas.

Esas señales se interpretan de acuerdo al supuesto de que son indicadoras de enfermedad grave.

Esa interpretación “catastrófica”, lleva a filtrar la información, de manera que la información que no concuerda con la idea de enfermedad, se desecha, y solo se procesa la que confirma esa posibilidad.

Para entender lo anterior, no olvidemos que hay una tendencia a NECESITAR SABER, a tener la Certeza Absoluta.  A saber sin ningún tipo de duda si se tiene o no se tiene la enfermedad

Se inician toda una serie de rituales: búsqueda de información en internet, opinión y diagnóstico médico, una 2ª y 3ª opinión, médica,…

En un primer momento lo anterior genera alivio y una disminución de la ansiedad, pero al no resolver 100% la seguridad de que NO se tenga “nada grave”, lleva a mantener la “preocupación” y a intensificar la búsqueda:

“No lo han visto”

“No habrán hecho las pruebas adecuadas”

“Seguro que todavía no se observa en las pruebas”,…

Así, se crea un círculo vicioso, que se retroalimenta así mismo y que se resiste a parar. 

Pero que se resista no significa que no se le pueda parar!!!

¿Existe algún tratamiento?

Como ya dijimos mas arriba, la “leyenda negra” que ha perseguido el tratamiento de la hipocondría, ya es solo eso, una leyenda. 

El desarrollo de los Modelos teóricos ha permitido entender y explicar qué ocurre en los casos de hipocondría. Esto, a su vez, ha permitido investigar, trabajar y desarrollar programas terapéuticos eficaces contra la hipocondría.

Al igual que ocurre con muchos trastornos y como una respuesta habitual,  las personas tratamos de neutralizar el malestar (tristeza, angustia, inquietud, …) que causan los estímulos, situaciones o pensamientos que desencadenan esa reacciones.

¿Y cómo tratamos las personas de neutralizar ese malestar?.  En una gran parte, haciendo esfuerzos para evitar esos estímulos, evitando las situaciones, buscando distraerse para no pensar, etc…

Ante lo anterior, momentáneamente disminuye el malestar.  Sin embargo el temor a encontrarse de nuevo con el estímulo (situación, objeto, pensamiento,…)  va incrementando . Además, y paralelamente, va disminuyendo la tolerancia al malestar.  Por lo tanto, la tendencia a cronificar el malestar está prácticamente asegurada.

Según lo anterior, en el caso de la hipocondría, cada búsqueda de información,  cada prueba médica, visita al especialista, etc, en un primer momento neutraliza el malestar, pero a la vez refuerza el problema.

Por esa razón, gran parte de los tratamientos se centran en aportar a la personas los recursos y las técnicas necesarias para afrontar una estrategia diferente: EXPONERSE,  en lugar de neutralizar. Así:

  • Es importante establecer un compromiso temporal durante un tiempo limitado.  Delimitar un periodo en el que se dé una oportunidad a la duda de que los “síntomas percibidos” no son una señal de enfermedad.
  • Aprender a autoobservarse sobre al base de la explicación previa del modelo, de la teoría que explica su problemática
  • Modular la atención aprendiendo a focalizarla en otros estímulos y por lo tanto que no se amplifique. Par ello, el entrenamiento en técnicas de relajación será una herramienta crucial.
  • Generar y plantear recursos y técnicas para reatribuir la interpretación de los síntomas y que sean menos catastrofistas.
  • Por supuesto, dejar de alimentar y “prestar atención” a las quejas de salud, reducir hasta suprimir las conductas de búsqueda de información, consultas médicas,… Aquí las resistencias van a ser inevitables, pero son resistencias superables.
  • Y por supuesto, aprender a modificar y a generar suposiciones alternativas acerca de la salud y la enfermedad.

Nadie dice que sea fácil ni un camino de rosas. Sin embargo, liberarse de la carga de la hipocondría y recuperar la tranquilidad y la sonrisa bien merece el esfuerzo y el trabajo. 

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